martes, 18 de agosto de 2015

Desnutrición infantil, la herida argentina

Enviado por Lanacion.com al Dr. Juan Carlo Amatucci;Médico y  Periodista
Sería un escándalo descubrir que alguno de nuestros hijos está desnutrido y sin cuidados mientras nosotros andamos en Babia, miramos para otro lado, nos entretenemos con el nuevo celular y la alacena de nuestra casa está llena de alimentos. Una nación es la metáfora de una gran familia, y hoy la Argentina tiene la capacidad de producir alimentos para 400 millones de personas. Es una inmoralidad y un fracaso como comunidad que exista en nuestro país un solo chico que no tenga garantizada su buena alimentación y protección. Nada, absolutamente nada puede justificarlo. No existe algo más prioritario que remediar.
Un niño desnutrido, malnutrido o poco estimulado tiene el cerebro en peligro. El desarrollo del cerebro, que se produce desde la gestación en el útero de la madre hasta pasados los 20 años, afronta durante ese tiempo diferentes períodos sensibles en los cuales genera nuevas conexiones. Su evolución óptima requiere los nutrientes adecuados, pero también un ambiente estimulante desde el punto de vista cognitivo y emocional, en el que exista una interacción productiva con un entorno que contribuya con su desarrollo. Cuando un niño crece en la pobreza o en la indigencia, la maduración de su cerebro puede sufrir un impacto negativo.
¿Cuál es el estado de situación con respecto a la seguridad alimentaria y el cuidado de los niños en nuestro país? En principio, la única certeza es que actualmente existen cifras oficiales parciales o cuestionadas. Ya lo sabemos desde la medicina: no puede haber un tratamiento eficiente si no se conoce el diagnóstico. Un informe publicado por la Universidad Católica Argentina en 2013 sugiere que "en los primeros cuatro años del período del Bicentenario (2010-2013), la vulnerabilidad de la infancia y adolescencia [de entre 0 y 17 años en las zonas urbanas de la Argentina] en el acceso a alimentos en cantidad y calidad alcanzó al 20% (promedio), en tanto que la situación de déficit más grave afectó al 10%" (http://www.uca.edu.ar/uca/common/grupo81/files/UCA_ODSI_2014_web.pdf).
¿Puede haber una necesidad más imperiosa que arribar a un mapa preciso e incuestionable -aunque duela- del estado de nutrición y cuidado de nuestros chicos y adolescentes? ¿Puede haber una necesidad más urgente que, a partir de esto, proyectar un diseño y puesta en acción de políticas activas que garanticen que los cerebros de todos ellos estén bien nutridos y estimulados? Organizaciones intermedias como Cesni y Conin estudian y difunden esta problemática desde hace muchos años. Pero deben ser, además de ellos, el Estado y la sociedad en su conjunto los que asuman como propia esta realidad y la transformen. Deberíamos sentirnos avergonzados y pedir perdón a estos niños por nuestra impericia, por nuestra inacción, por todas las veces que tomamos decisiones equivocadas e inmorales, por estar discutiendo nimiedades, por no protegerlos a ellos, que eran quienes más nos necesitaban.
La neurocientífica de la Universidad de Pensilvania Marta Farah probó, a partir de sus estudios, que una mala nutrición, la exposición a toxinas ambientales y la deficiente atención prenatal pueden causar trastornos en la formación del cerebro del niño. A esto puede sumarse la falta de estimulación cognitiva y afectiva producto de una calidad educativa deficiente o del poco tiempo que muchas veces los padres consiguen dedicarles a sus hijos, habida cuenta de que están exigidos a trabajar una interminable cantidad de horas por día, de lunes a lunes, para lograr una mera subsistencia. Por supuesto, esto es mucho más rotundo si el impacto se debe a la realidad del chico obligado a cumplir con su propio trabajo, o mucho más si ese niño no va a la escuela, no tiene cama donde dormir ni una familia que lo ampare.
Es imprescindible comprender que el comportamiento influye sobre la biología y, al revés, que la biología influye sobre el comportamiento. Estas relaciones pueden observarse, por ejemplo, en las carencias nutricionales que traen aparejadas, ineludiblemente, deficiencias cognitivas. Uno de los nutrientes más importantes en el desarrollo del niño es el hierro. La carencia de hierro en los primeros años de vida está asociada a comportamientos deficitarios en el lenguaje, la motricidad y áreas socio-afectivas. Estudios longitudinales vinculan una pobre nutrición con deficiencias en el desempeño escolar y con una reducción en el campo cognitivo.
Investigadores de The Saban Research Institute of Children's Hospital, en Los Angeles, y de la Columbia University Medical Center, en Nueva York, publicaron recientemente una investigación en la prestigiosa revista científica Nature Neuroscience que aborda la asociación entre los factores socioeconómicos y el desarrollo cerebral en niños y adolescentes. Un total de 1099 participantes (de entre 3 y 20 años de edad) fueron incluidos en la investigación. Los cerebros de los participantes fueron evaluados con resonancia magnética estructural de alta resolución. Los datos socioeconómicos -incluyendo la educación de los padres e ingreso familiar- se obtuvieron a través de cuestionarios específicos, y la información sobre el desempeño cognitivo se obtuvo a través de la administración de diferentes pruebas. La investigación demostró que la pobreza afecta y disminuye el tamaño del cerebro de los chicos y adolescentes, así como su desempeño cognitivo. La falta de una buena alimentación impacta negativamente en el cerebro de manera temprana y genera, también, un nivel más profundo de nocividad en cuanto a angustia, depresión y estrés, si se lo compara con cerebros bien nutridos. Por su parte, el investigador argentino Sebastián Lipina, junto a colegas de la Unidad de Neurobiología Aplicada del Cemic, ha realizado investigaciones durante las últimas dos décadas en las que se verifican diversas realidades: que la pobreza se asocia a desempeños cognitivos más bajos desde el primer año y durante toda la primera década de vida; que esos desempeños bajos se asocian a ambientes hogareños con dificultades para estimular el aprendizaje, y, también, que a través de diferentes intervenciones cognitivas en la escuela y en el hogar es posible recuperar diversos aspectos de tales desempeños en muchos de estos chicos, que en algunos casos pueden contribuir con mejorar su desempeño académico.
Lo dijimos y lo repetimos: los cerebros de los argentinos son el capital más importante que tenemos como nación. Ni Vaca Muerta, ni los campos sembrados de soja, ni las reservas del Banco Central valen más que eso. Entonces, que los cerebros de nuestros niños están mal nutridos y mal estimulados representa, además de una inmoralidad, una hipoteca social. Esos cerebros deben ser en el futuro próximo los que innoven, los que creen, los que sigan construyendo el país. La pobreza, la discriminación y la ignorancia restringen el crecimiento. La desigualdad y la falta de oportunidades generan desesperanza, apatía y violencia. La inversión en educación, en nuevas ideas y en la investigación científica y tecnológica incluye y crea trabajo. No se trata de lujos de los países desarrollados, sino de los cimientos de los países que quieren desarrollarse de una vez por todas.
Estamos a tiempo. Así como la ciencia nos lleva a través de datos a precisar la cruel realidad de lo que pasa con un cerebro desnutrido o poco estimulado, también nos abre la puerta a cierto optimismo y, en eso, a la posibilidad y la necesidad de intervención urgente a través de las políticas. Tenemos una chance más. Como lo sugiere la evidencia científica de las intervenciones cognitivas, un contexto desfavorable no genera un impacto irreversible para un niño pobre, aunque sin dudas esa realidad no sea la mejor forma de iniciar el desarrollo. El cerebro es plástico, cambiante, maleable y produce nuevas conexiones durante toda la vida. Aun el niño que haya tenido una infancia con falencias en nutrición, cognitivas y emocionales, puede beneficiarse en el transcurso de su vida futura de los tipos adecuados de nutrición y estimulación cognitiva y afectiva. Para que esto suceda debe involucrase no sólo al niño, sino también a sus padres y a su entorno. La educación y el estilo de los cuidados de los padres son un factor clave. Y esto es urgente, porque cuanto antes ocurre en la vida del chico, mejor.
"La infancia juega en la tierra. Son los años más felices. Aunque a veces la pobreza nos deja sus cicatrices", canta Peteco Carabajal. Evitar las heridas o, si ya están abiertas, comenzar a curarlas de inmediato. Espabilarnos y darnos cuenta de lo que es obvio: la alacena está llena y nuestros hijos no pueden tener hambre ni dejar de aprender. No puede pasar en ningún lugar del mundo. No puede pasar en nuestra casa, la Argentina.
El autor, neurólogo y neurocientífico, es rector de la Universidad Favaloro y dirige el Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco).

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